La mujer de Job: cuando el duelo sacude la fe
Fe
septiembre 5, 2025

Al igual que Job, ella nunca entendió la razón de todo ese dolor, pero Dios tuvo misericordia de ella.
Denis Versiani
Vivimos en un planeta donde la tragedia es una realidad común en la vida. Basta un segundo para perder la dirección del carro y chocarse con la muerte o para resquebrajarse por el diagnóstico de cáncer o por recibir un mensaje de que ha fallecido un ser querido. Fue así como Job, en aproximadamente treinta segundos, se enteró de que su vida había cambiado del todo (Job 1:13-19). Job perdió todo: propiedades, ganado, empleados, amigos y, lo más importante, sus diez hijos. Piensa en el dolor que el patriarca y su esposa sintieron. Por si fuera poco, Job contrajo una enfermedad más grave de lo que uno podría soportar (Job 2:7), una enfermedad tan agresiva que destruyó todos sus órganos y desgarró su carne hasta que se vean sus huesos. Fue tan grave que llegó al punto de que sus amigos, cuando lo vieron, quedaron en silencio por siete días y siete noches “porque veían que su dolor era muy grande” (Job 2:13). Ninguno lograba entender cómo le podía ocurrir tantas calamidades a una sola persona.
Si bien Job nunca supo la razón de su sufrimiento, el libro deja en claro, en los dos primeros capítulos, cuál fue la razón: “¿Y acaso Job te honra sin recibir nada a cambio? ¿Acaso no están bajo tu protección él y su familia y todas sus posesiones?… Pero extiende la mano y quítale todo lo que posee, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara! (Job 1:9-11; 2:4-5, NVI). Así replicó Satanás cuando Dios declaró que Job era una persona íntegra. El enemigo acusó a Job de mantener una relación promiscua con Dios y de servirlo por motivos egoístas. Para Satanás, la prosperidad de Job era una recompensa por sus servicios. Si Dios retirara todas sus bendiciones, Job maldeciría a Dios y lo abandonaría. Satanás se refería a una adoración comprada, y alegaba que nadie en el universo podía ser libre si adoraba a un Dios que soborna o amenaza a sus criaturas por medio de la recompensa o el castigo. Con esa acusación, Satanás quería mostrar al universo que la verdadera religión no existe.
¿Cuál es la esencia de la verdadera religión? No es servir por una recompensa o por el temor a una represalia. No se trata de desear el cielo porque allá hay una ciudad de oro. La verdadera religión es servir a Dios y adorarlo porque él es santo y merece nuestra adoración y loor, porque él es bueno y misericordioso. La verdadera religión es desear el cielo porque Dios es su mayor riqueza.
La verdad debe revelarse: no fue Dios quien destruyó a la familia y el patrimonio de Job, ni tampoco fue quien le mandó la enfermedad. Fue Satanás. Dios lo permitió porque conocía la firmeza y la fidelidad de Job.
Y allí estaba Job, sufriendo con la enfermedad más agresiva y mortal que un ser humano habría podido contraer. A medida que pasaba el tiempo, el patriarca se preguntaba cuándo acabaría todo esto, cuándo intervendría contra esa plaga. Después de todo, Job y su esposa ya habían enfrentado un duelo terrible por la muerte de sus hijos y por la pérdida de todo lo que tenían. No pienses, estimado lector, que Job estuvo enfermo por una semana o un mes. Hasta que los amigos de Job, que vivían a centenas de kilómetros, se enterasen y planificaran visitarlo, había pasado un periodo de entre seis y un año por lo menos.
Fue en ese contexto en que la mujer de Job apareció diciendo: “¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!” (Job 2:9, NVI). Probablemente, estaban esperando una solución de parte de Dios para el problema, o quizás esperaban que el fin de todo llegara con la muerte de Job. Por eso, ella le preguntó a Job por qué insistía en permanecer íntegro delante de Dios.
La palabra integridad, el punto de tensión en el libro de Job, puede traducirse como ‘perfección’, ‘plenitud’, ‘justicia’, ‘inocencia, ausencia de culpa’ y ‘madurez’. Job mantenía una relación madura con Dios. Lo adoraba por las razones correctas. Pero su mujer perdió de vista esto y se preguntó por qué su fidelidad no era recompensada de la manera apropiada. ¿De qué valía ser íntegro si se terminaba de una forma tan miserable? En el original hebreo, la palabra maldecir significa ‘renunciar, abandonar’, ‘maldecir’, ‘acusar’ a Dios. Ella probablemente dijo esto para que Job muriese de una vez y pusiera fin a su miseria.
“Pero Job le respondió a su esposa: Estás hablando como una tonta. ¿Vamos a recibir de Dios lo bueno, pero no lo malo? En todo esto Job no cometió ningún pecado en lo que dijo” (Job 2:10, PDT). Por causa de su integridad, Job tuvo la madurez de ver más allá de lo que el dolor normalmente permite. Job consideraba que Dios era el soberano en toda bendición y maldición. La concepción de los patriarcas se basaba en la causalidad, una forma de pensar que considera a Dios como la causa de las acciones que él permite que sucedan, como, por ejemplo, endurecer el corazón del faraón (Éxodo 4:21) o inducir a David a pecar (2 Samuel 24:1) o permitir que Satanás atacara a Job por las razones presentadas en los capítulos 1 y 2. Aunque Dios no puede tentar a nadie (Santiago 1:13), permite que el mal actúe a fin de que Satanás sea desenmascarado delante del universo.
La palabra tonta o necia se refiere a un tipo de falta de entendimiento o visión distorsionada de los hechos. Esta palabra se empleó también para referirse a Nabal, esposo de Abigail, un hombre falto de sentido común que perdió la vida por causa de su insensatez (1 Samuel 25:2-38). la esposa de Job estaba siendo totalmente insensata. Sus palabras reflejan exactamente la acusación de Satanás contra Dios. En su falta de cordura, la mujer de Job perdió de vista la esencia de la relación con el Altísimo, y acusó a Dios de tirano. Por eso, aunque Job tenía cuestionamientos semejantes a las de ella, trató de hacerla recapacitar: “¿Hemos recibido el bien de Dios, y no recibiremos también el mal? Dios recibió nuestra fidelidad en los buenos momentos, ¿y será que no merece nuestra fidelidad también en los malos momentos? Si él nos llenó de bendiciones, ¿no tiene acaso también la autoridad de retirarlas?”.
Siempre caemos en el gran error de pensar que la religión consiste en hacer las cosas correctas para recibir recompensas o para evitar, por miedo, las consecuencias de nuestros errores. Diezmamos y ofrendamos para que Dios bendiga nuestras finanzas. Obedecemos a Dios porque, si no lo hacemos, pensamos que seremos destruidos en el juicio final. Esa es exactamente la religión que Satanás quiere que practiquemos: una religión de fachada. Pero es una religión peligrosa porque, cuando las cosas empiezan a salir mal, nos decepcionamos con Dios y decimos: “El Señor no es justo, porque he hecho todo bien, y los resultados no están siendo como lo esperaba”. Y es precisamente en este punto en que nos rebelamos y maldecimos a Dios.
Sin embargo, debemos oír el consejo de Jesús: “No juzguen, para que no sean juzgados” (Mateo 7:1, RVA-2015). Querido lector: nosotros podemos juzgar los hechos, pero solo Dios tiene la autoridad y la sabiduría para juzgar las motivaciones. Lo que dijo la mujer de Job fue una insensatez, un pecado grave. Pero, si el propio Job en su integridad cuestionó duramente a Dios, ¿por qué no lo haría ella?
Dios, en su infinita sabiduría y en su amorosa paciencia, conocía el dolor profundo por el que la mujer de Job estaba pasando. Tal vez por eso ella no estaba pensando de manera apropiada. Ver a su esposo como un muerto en vida quebrantaba su corazón. Ella perdió estabilidad familiar, financiera y mental. Ese dolor la llevó a aquel estado de insensatez y rebelión. Así como Job, ella nunca entendió la razón de todo ese dolor, pero Dios tuvo misericordia de ella.
Los supuestos amigos de Job ─Elifaz, Bildad, Zofar y el inmaduro Eliú─ cometieron un grave pecado al pretender ser abogados de Dios: realzaban la justicia de Dios, en tanto que acusaban a Job de iniquidad. ¿Cómo podían juzgar el corazón y las motivaciones del patriarca sin poder verlas? Para Dios, este pecado fue mucho más grave que el de la mujer de Job, quien sabía que su esposo era un “hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Tan recto fue que, incluso enfermo, Job buscó interceder por el perdón de sus amigos ofreciendo un holocausto. Dios aceptaría la intercesión del patriarca. Sin embargo, no se dice nada de la intercesión de Job por su esposa.
Por eso, podemos ver que el libro de Job muestra la justicia y la misericordia de Dios al lidiar con cada caso de manera personalizada. El libro también muestra al universo lo terrible que es el mal.
Por lo tanto, podemos extraer algunas lecciones de la historia de Job y su esposa: 1) en este mundo, desdichadamente, vamos a sufrir, porque Dios necesita permitir que Satanás obre el mal a fin de desenmascarar su engaño; 2) si bien Dios no permite que seamos tentados más de lo que podemos soportar, a veces el sufrimiento es muy grande y puede llevarnos a momentos de insensatez; 3) Dios es paciente con nuestras rebeliones y nuestros excesos; 4) nunca juzgues los motivos de la rebelión de alguien porque no estás en condiciones de colocarte en su lugar para entender su dolor, y 5) debemos recordar que ningún dolor es eterno, ya que un día Dios hará justicia por los suyos y responderá todas nuestras preguntas, en especial aquellas cuya respuesta nunca la vamos a encontrar aquí en la tierra.
¡Que Dios te bendiga!
Autor: Denis Versiani
La publicación original de este artículo se encuentra en la página web: https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/a-mulher-de-jo-quando-o-luto-abala-a-fe/
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