Los sentimientos de culpa
Perdón
septiembre 19, 2025

Los errores son herramientas de aprendizaje…
Julián Melgosa y Michelson Borges
Muchas personas viven con sentimientos de culpa infundados: una culpa falsa o dudosa. Esto les provoca conflictos y las siguientes tendencias: complejo de inferioridad, perfeccionismo, autoacusación constante, miedo al fracaso (con el consiguiente estado de vigilancia permanente) y exigencia excesiva con los demás. Por otro lado, el sentimiento de culpa es un recurso útil que estimula un comportamiento correcto y respetuoso y favorece la buena convivencia. Un sentimiento de culpa legítimo es síntoma de una conciencia alerta (algo muy deseable), que sirve de autocensura y evita las ofensas y la falta de moral.
Si se demuestra la culpabilidad, el camino es efectuar los reparos y, en algunos casos, también obtener el perdón. En cuanto a la culpa infundada o exagerada, el proceso es más complicado y requiere varias actitudes:
Evitar enfoques demasiado estrictos: Los entornos familiares o sociales que exigen demasiado o intimidan contribuyen a limitar la conciencia, con el consiguiente riesgo de falsa culpabilidad.
Controlar los pensamientos: Debe mantenerse el adiestramiento con mensajes como “he hecho lo que he podido”. “No hay perfección en este mundo”. “Los errores son herramientas de aprendizaje”.
Calmar la culpa: Hablar de los sentimientos de culpa con un amigo de confianza ayuda a organizar nuestros propios pensamientos al respecto. En todos los casos, sirve de alivio para reducir parte de la tensión creada por este sentimiento.
Practicar el perdón: Perdonar a los demás ayuda en el proceso de perdonarse a sí mismo, que es el principal objetivo del sentimiento de culpa.
Recurrir a Dios: Dios está dispuesto a perdonar incluso las mayores faltas, las que no se perdonan a nivel humano: “Aunque sus pecados sean como el rojo encendido, ustedes quedarán tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como la púrpura, ustedes serán tan blancos como la lana” (Isaías 1:18, PDT).
Conciencia insensible
La conciencia no siempre constituye una norma de conducta sabia. Hay conciencias demasiado estrechas y otras demasiado abiertas. Quienes son demasiado estrictos esperan lo mismo de los demás, mientras que los liberales piensan que todo es bueno. Por eso Proverbios 16:25 dice: “Hay caminos que a uno le parecen correctos, pero en realidad llevan a la muerte” (PDT).
Por ello, es necesario apoyarse en normas externas y trascendentes, en principios éticos de valor universal. No en vano el apóstol Pablo advirtió a su discípulo Timoteo acerca de algunos que, teniendo las conciencias cauterizadas, mandarían a los creyentes a hacer cosas absurdas (1 Timoteo 4:2-3). Las conciencias cauterizadas se vuelven insensibles e incapaces de ser una guía fiable de conducta.
El otro lado de la culpa
Un estudio realizado por Grazyna Kochanska y sus colegas descubrió que el sentimiento de culpa, en su justa medida, ayuda a los niños a observar las normas y a respetar a los demás. Un total de 106 niños y niñas en edad preescolar, con edades comprendidas entre los dos y los cinco años, participaron en esta investigación. Para comprobar la medida de la culpa, los investigadores hicieron creer a los niños que habían malogrado un objeto de gran valor. Inmediatamente después, se observó la conducta de cada uno y se pidió la opinión de las madres y de los propios niños. Estos son los resultados más importantes:
- Las chicas demostraron un mayor sentimiento de culpa que los chicos.
- Los niños de preescolar de familias bien estructuradas mostraron menos culpabilidad.
- El nivel de culpabilidad de los niños de dos años estaba relacionado con la autonomía moral de los de cinco.
- Los niños con sentimiento de culpa violaron menos reglas que los que no sentían culpa.
- Una justa medida de culpabilidad ayuda a prevenir la mala conducta.
El perdón del padre
Una de las parábolas más bellas y conocidas de Jesús es la del hijo pródigo, registrada en Lucas 15:11-22. Es la historia de un padre y sus dos hijos, uno de los cuales, cansado de la vida tranquila del hogar, decide abandonarlo todo y buscar la libertad que tanto deseaba. Por si no fuera suficiente con herir al padre con su actitud rebelde y desagradecida, llegó a pedir su parte de la herencia familiar, algo que los hijos solo reciben cuando mueren sus padres. El padre, respetando la libertad de elección de su hijo ─el padre siempre respeta esa libertad, ¿recuerdas?─, le dio el dinero. Y el hijo abandonó el hogar.
Libre de las restricciones de su padre, el chico comenzó a despilfarrar su dinero en la bebida, las fiestas y las mujeres. Mientras tenía recursos, estaba rodeado de “amigos”. Pero el dinero se acabó y el hambre llegó. ¿Qué hacer ahora? Fue a buscar trabajo y acabó cuidando cerdos, un trabajo extremadamente humillante para un judío. El joven que presumía de su libertad se encontró de repente esclavizado por las circunstancias. El que antes se quejaba de la comida en casa, ahora peleaba por las raciones de los cerdos para no morir de hambre. ¿Dónde estaban ahora sus “amigos”, las mujeres, el sonido de la fiesta…?
El texto menciona que el joven había decidido irse a una “tierra lejana”, un símbolo más que apropiado para el pecado, que nos aleja de Dios y de nosotros mismos. El pecado arranca todo lo bueno de nuestras vidas, alimentando durante un tiempo la ilusión de libertad y alegría. Pero no hay verdadera alegría lejos de Dios, en la “tierra lejana”. Lo que ese joven descubrió es que en la “tierra lejana” solo hay frustración, tristeza, humillación, vacío y culpa.
En medio de esa deplorable situación, decidió regresar con la intención de que su padre lo acepte como uno de sus empleados. Este hijo aún tenía mucho que aprender sobre el hombre al que había dado la espalda. Pero, aunque su comprensión era limitada, sabía que su padre era justo y amoroso. Y fue esa idea la que le hizo pensar en volver. Siempre es la bondad de Dios la que nos lleva al arrepentimiento y nos atrae hacia él (Romanos 2:4; Jeremías 31:3).
Con la cabeza gacha, la ropa hecha harapos y una tonelada de culpa encima, se acercó a la casa; pero no sorprendió a su padre, quien lo divisó a la distancia, corrió hacia él, le dio un fuerte abrazo y cubrió su miseria con su propia capa. El padre siempre había estado esperando. Nunca lo había dejado de amar, y recibió al muchacho como su hijo, sin echarle en cara sus pecados. El pasado estaba olvidado, los pecados perdonados y nadie podía decir nada en contra.
Satanás, el hijo pródigo que nunca regresó al Padre, es el que sigue profiriendo la mentira de que el Señor no puede aceptar de nuevo a los pecadores a menos que sean lo suficientemente buenos para regresar. Pero, si se espera a que eso ocurra, el pecador nunca irá a Dios.
El mensaje central de la parábola es el amor del padre, quien representa claramente a Dios. Él nos acepta, nos perdona y nos ama. Siempre.
¿Has tomado ya la decisión de volver al Padre?
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Lectura recomendada
El poder de la esperanza
Autor: Julián Melgosa y Michelson Borges
La publicación original de este artículo se encuentra en la página web: https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/sentimentos-de-culpa/
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