Perfección
Perfección
diciembre 3, 2025
Algunos dicen que la perfección cristiana es posible; otros piensan que no lo es. ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Pr. Ruben Lessa
En el Antiguo Testamento, las palabras “perfección” y “perfecto” provienen del término hebreo tam o tamim, que significa ‘completo’, ‘correcto’, ‘lleno de paz’, ‘sano’, ‘entero’ o ‘sin mancha’. En griego, en general, el término téleios significa “completo”, “perfecto”, “totalmente crecido”, “maduro”, “totalmente desarrollado”. Es decir, ‘[algo o alguien] que ha alcanzado su propósito’. En el Antiguo Testamento, Noé, Abraham y Job fueron considerados perfectos o sin mancha, según los siguientes pasajes: Génesis 6:9; 17:1; 22:18; Job 1:1 y 18. Ellos, sin embargo, tenían imperfecciones (Génesis 9:21; 20; Job 40:2-5).
¿Y cuál es el concepto de perfección en el Nuevo Testamento? ¿Cuál es el estándar de esa perfección? Jesús dijo: “Sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto”. (Mateo 5:48). Cristo acababa de hablar del amor en su dimensión espiritual, el amor de una persona madura, capaz de amar no solo a los amigos sino también a los enemigos. Según el Nuevo Testamento, la perfección es el apéndice de las personas maduras. Por ejemplo, no ser “niños en la manera de pensar”, sino “hombres maduros” (1 Corintios 14:20); olvidar “las cosas que quedan atrás” y seguir adelante “hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-15, NTV). La perfección es ser personas maduras, cuyas facultades tengan “la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo” (Hebreos 5:14, NVI).
Dios considera perfecta a toda persona que se somete a él plenamente, adorándolo y sirviéndolo con todo su corazón. Lógicamente, esa persona es perfecta dentro de la esfera finita, así como Dios lo es en la esfera infinita. Es a través del Espíritu Santo que recibimos la perfección de Cristo. Su carácter se convierte en el nuestro por la fe. La perfección, por tanto, no es una cualidad interior, sino un don que se nos otorga. Por lo tanto, nadie puede reclamar la perfección sin Cristo. Jesús dijo: “El que permanece en mí, y yo en él, producirá mucho fruto, pues separados de mí, ustedes no pueden hacer nada” (Juan 15:5, PDT). Por medio de Cristo, la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención (1 Corintios 1:30) se convierten en nuestra perfección. Cristo es nuestra perfección. Cuando lo tenemos en nuestros corazones, tenemos su justicia, que se convierte en nuestro manto, en nuestras vestiduras, las cuales fueron confeccionadas por la vida, la muerte y la resurrección de nuestro amado Salvador.
En este momento, la pregunta que muchos se hacen es la siguiente: ¿Cuál es nuestro papel en el desarrollo de la perfección? Pues bien, cuando una persona es justificada, Dios la declara justa por medio de la fe que esa persona ha puesto en Jesús. Es perfecta en Cristo. Por lo tanto, nuestro título para el cielo descansa solamente en la justicia de Cristo. Pero el plan de Dios es más amplio: él provee, a través de este título, nuestra idoneidad para el cielo. ¿Cómo? A través de Cristo, que vive en nuestros corazones. Según LaRondelle, esta idoneidad debe revelarse en el carácter moral del hombre, como evidencia de que la salvación ha ocurrido. Por eso Jesús dijo: “El que permanece en mí, y yo en él, ese da mucho fruto” (Juan 15:5). Ese “fruto” es propio de una persona espiritualmente madura. Por supuesto, la persona no puede quedarse quieta, pensando que ya ha alcanzado su estatura plena. Cuando el apóstol Pablo dijo “sigo adelante”, estaba afirmando que la vida cristiana es dinámica, es un proceso continuo. “Seguir adelante”, entonces, es tener a Cristo continuamente en nuestros corazones y permitirle que realice en nuestras vidas la obra de la santificación. Nuestra parte es permitir que Dios obre en nosotros “tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Nuestro papel, por tanto, es permitir que Cristo habite en nosotros. Este es el secreto para alcanzar la madurez espiritual. Debemos pedir y aceptar gustosamente los dones divinos, para desarrollarnos “hasta que alcancemos, en madurez y plenitud, la talla de Cristo” (Efesios 4:13). No debemos permanecer como niños, que se alimentan de leche, sino buscar la edad adulta, preparándonos para recibir el “alimento sólido” provisto para los cristianos maduros (Hebreos 5:14). Sin embargo, tenemos que entender que la perfección final no está disponible para nosotros ahora. Sí, podemos tener la perfección ahora, pero solo en Cristo. No obstante, la plenitud de esa perfección solo se alcanzará cuando seamos glorificados en la resurrección o cuando seamos cambiados en vida antes de nuestro traslado al cielo. Pablo aspiraba a que llegara el día en que alcanzaría la plena perfección. Dijo: “Gloriémonos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:20). Una prueba de que aún no lo había conseguido todo se puede ver en sus incisivas palabras:
“No quiere decir que yo ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante trabajando para poder alcanzar aquello para lo que Cristo Jesús me salvó a mí. Hermanos, no pienso que yo ya lo haya alcanzado. Más bien, sigo adelante trabajando, me olvido de lo que quedó atrás y me esfuerzo por alcanzar lo que está adelante. De esta manera sigo adelante hacia la meta, para ganar el premio que Dios ofrece por medio de su llamado celestial en Cristo Jesús” (Filipenses 3:12-14, NBV).
Aunque ahora somos perfectos en Cristo, debemos proseguir hasta que ocurra nuestra transformación final, cuando el Espíritu Santo restaure la creación original. Solo entonces entraremos en posesión de la incorruptibilidad y la inmortalidad.
Autor: Pr. Ruben Lessa
La publicación original de este artículo se encuentra en la página web: https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/perfeicao/
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