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Historia e institución de la Pascua

Pascua

abril 18, 2025

La palabra Pascua proviene del hebreo pésaj y del griego pásja que significa ‘paso’. Conoce la historia de la Pascua y su significado.

La palabra Pascua viene del griego pásja y este del hebreo pésaj, que significa ‘paso’. Puede tener varios significados, como pasar de la muerte a la vida‘, pasar [de Dios] para salvarnosy paso de la esclavitud a la libertad‘. En definitiva, significa el paso por el que el hombre que está en este mundo pasa a un cielo nuevo y a una tierra nueva.

Historia e institución de la Pascua

Israel era todavía un pueblo esclavizado en Egipto cuando Moisés fue enviado por Dios para liberar a su pueblo. Obviamente, el faraón no quería perder su brazo de esclavos y no permitiría que los israelitas se marcharan. Entonces se produjo el derramamiento de las plagas; sin embargo, el faraón no dejó ir a los israelitas.

El juicio [sobre los primogénitos] del que se advirtió primero a Egipto debía ser el último en ser enviado. Dios es paciente y lleno de misericordia. Tiene un tierno cuidado por aquellos hechos a su imagen. Si la pérdida de sus cosechas, rebaños y manadas hubiera llevado a Egipto al arrepentimiento, los hijos no habrían sido golpeados. Pero la nación se resistió obstinadamente al mandato divino, y ahora el golpe final estaba a punto de ser asestado.

A Moisés se le había prohibido, bajo pena de muerte, presentarse de nuevo ante el Faraón; pero debía entregar un último mensaje de Dios al rey rebelde, y una vez más Moisés se presentó ante él con el terrible anuncio: “Así ha dicho el Señor: ‘Como a la medianoche yo pasaré por en medio de Egipto. Y todo primogénito en la tierra de Egipto morirá, desde el primogénito del faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está detrás del molino, y todo primogénito del ganado’” (Éxodo 11:4-5).

Antes de la ejecución de esta sentencia, el Señor, a través de Moisés, instruyó a los hijos de Israel sobre su salida de Egipto, sobre todo para preservarlos del juicio que se avecinaba. Cada familia, sola o unida a otras, debía matar un cordero o un macho cabrío “sin defecto”, y con un manojo de hisopo debía rociar su sangre “sobre los dos postes y sobre el dintel” de la casa para que el ángel destructor, al llegar la medianoche, no entrara en esa vivienda. Por la noche. debían comer la carne asada, con pan ácimo (sin levadura) y hierbas amargas, como ordenó Moisés: “Con sus cintos ceñidos, puestas las sandalias en sus pies y con su bastón en la mano. Lo comerán apresuradamente; es la Pascua del Señor” (Éxodo 12:11).

El Señor declaró: “La misma noche yo pasaré por la tierra de Egipto y heriré de muerte a todo primogénito en la tierra de Egipto, tanto de los hombres como del ganado. Así ejecutaré actos justicieros contra todos los dioses de Egipto… La sangre les servirá de señal en las casas donde estén. Yo veré la sangre y en cuanto a ustedes pasaré de largo y cuando castigue la tierra de Egipto, no habrá en ustedes ninguna plaga para destruirlos” (Éxodo 12:12-13).

En conmemoración de esta gran liberación, el pueblo de Israel debía celebrar una fiesta anual en todas las generaciones futuras. “Habrán de conmemorar este día. Lo habrán de celebrar como fiesta al SEÑOR a través de sus generaciones. Lo celebrarán como estatuto perpetuo” (Éxodo 12:14). Cuando celebraren esta fiesta en años futuros, debían repetir a sus hijos la historia de esta gran liberación, como les ordenó Moisés: “Ustedes les responderán: Este es el sacrificio de la Pascua del SEÑOR, quien pasó de largo las casas de los hijos de Israel cuando mató a los egipcios y libró nuestras casas” (Éxodo 12:27).

La pascua cristiana

La pascua debía ser tanto conmemorativa como tipológica: señalaba no solo la liberación de Egipto, sino también, en el futuro, la mayor liberación que Cristo llevaría a cabo al liberar a su pueblo del cautiverio del pecado. El cordero sacrificial representa al “Cordero de Dios” en el que se encuentra nuestra única esperanza de salvación. El apóstol Pablo afirmó: “Cristo, nuestro Cordero pascual, ha sido sacrificado” (1 Corintios 5:7). Pero no bastaba con que el cordero pascual fuera sacrificado, sino que su sangre debía ser rociada en los postes de las puertas. Así, los méritos de la sangre de Cristo deben aplicarse al alma. Debemos creer que él murió no solo por el mundo, sino también por nosotros individualmente. Debemos aprovechar la virtud del sacrificio expiatorio.

El hisopo utilizado en la aspersión de la sangre era un símbolo de purificación, por eso se utilizaba en la purificación de la lepra y de aquellos que estaban contaminados por el contacto con los cadáveres. En la oración del salmista también vemos su significado: “Quita mi pecado con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve” (Salmos 51:7).

El cordero debía ser preparado en su totalidad, sin que se rompiera ningún hueso. De la misma manera, no debía romperse ningún hueso del Cordero de Dios, que iba a morir por nosotros (Éxodo 12:46; Juan 19:36). Esto representaba también la plenitud del sacrificio de Cristo.

La carne debía comerse. No es suficiente que creamos en Cristo para el perdón de los pecados. Debemos por fe estar recibiendo constantemente las fuerzas y el alimento espiritual de él a través de su Palabra. Cristo declaró: “Si no comen la carne del Hijo del Hombre y beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (Juan 6:53-54). Y para explicar lo que quería decir, añadió: “Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63).

El cordero debía comerse con hierbas amargas, lo que indicaba la amargura del cautiverio egipcio. Así, cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con contrición de corazón, a causa de nuestros pecados. El uso de panes sin levadura también era significativo. Estaba expresamente estipulado en la ley de la Pascua ─y los judíos lo observaban estrictamente en sus costumbres─ que no se encontrara levadura en sus casas durante la fiesta. Del mismo modo, la levadura del pecado debe ser eliminada de todos los que reciben vida y alimento de Cristo. Así escribe Pablo a la iglesia de Corinto: “Límpiense de la vieja levadura, para que sean una nueva masa… porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ha sido sacrificado. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con pan sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:7-8).

Antes de obtener la libertad, los esclavos debían mostrar su fe en la gran liberación que iba pronto a ocurrir. La señal de la sangre debía colocarse en sus casas, y debían separarse ellos y sus familias de los egipcios y reunirse en sus propias viviendas. Si los israelitas hubieran ignorado algún aspecto de las instrucciones que se les habían dado, si hubieran descuidado el separar a sus hijos de los egipcios, si hubieran sacrificado el cordero, pero no hubieran rociado la sangre en los postes de la puerta, o si alguien hubiera salido de la casa, no se habrían librado del peligro. Podrían haber creído honestamente que habían hecho todo lo necesario, pero su sinceridad no los habría salvado. Todos los que no hicieran caso a las instrucciones del Señor habrían perdido a sus primogénitos en las manos del destructor.

Mediante la obediencia, el pueblo debía dar pruebas de fe. Así, todos los que esperan salvarse por los méritos de la sangre de Cristo deben darse cuenta de que ellos mismos tienen algo que hacer para obtener la salvación. Si bien Cristo es el único que puede redimirnos de la pena de la transgresión, debemos pasar del pecado a la obediencia. El hombre debe salvarse por la fe, y no por las obras; sin embargo, la fe debe manifestarse por las obras. Dios dio a su Hijo para que muriera como propiciación por el pecado. Manifestó la luz de la verdad y el camino de la vida. Brindó oportunidades, mandamientos y privilegios. Ahora, el hombre debe cooperar con estos instrumentos de salvación. Debe apreciar y utilizar las ayudas que Dios ha proporcionado. Debe creer y obedecer todas las exigencias divinas. Como vemos, Jesús se identificó con el cordero de la “Pascua judía”, y, como cumplimiento de aquella Pascua, fue sacrificado para que los que creen en él no mueran. Es más, Jesús es nuestra Pascua.

La institución de la Pascua cristiana

A partir de Mateo 26:17, se narra la celebración de la última Pascua en la que Jesús participó con sus discípulos. A partir del versículo 26, se relata la Pascua que el Señor Jesús instituyó, en la que ofrecía su vida que estaba representada simbólicamente por el pan ─su carne─ y por el vino ─su sangre, que derramaría en el Calvario por muchos para perdón de los pecados─.

En realidad, la Pascua cristiana se celebra en el corazón de cada cristiano. El creyente ofrece a Dios su propia vida, salvada por el Cordero Divino. Cristo tiene en sí mismo la vida eterna y, por lo tanto, puede ser el cordero de toda familia humana que lo acepte como tal.

Las “otras” pascuas

Hasta ahora, aunque aparentemente me he referido a dos Pascuas, lo cierto es que ambas ─la Pascua cristiana y la judía─ son la misma, instituida por el mismo Dios, con el mismo propósito. La diferencia radica en que la Pascua judía prefigura la cristiana. Así, en la Pascua cristiana, el cordero es sustituido por el propio “Cordero de Dios”, su Hijo Jesucristo.

Por otra parte, el mundo ha creado sus propias “pascuas”. Así, tenemos la “pascua” de los conejos y la “pascua” de los huevos de chocolate, que no nos recuerdan en nada la salvación de la que Dios nos ha hecho dignos. Antes bien, distraen a nuestros hijos del verdadero significado de la Pascua y no les dejan ver que están perdidos, necesitados de alguien que les sustituya en la muerte. Solo existe la feliz fiesta de los chocolates, donde todo parece estar muy bien: nadie con pecados que redimir, nadie que necesite un Salvador. Solo se espera una fiesta totalmente alejada del verdadero cristianismo.

En la Pascua judía, las personas debían ir vestidas como los que se disponen a viajar, conscientes de que no están en su tierra, sino que parten en busca de una nueva patria, la tierra prometida.

En la Pascua cristiana, cuando hemos recibido a Jesús como nuestro cordero pascual, debemos ser conscientes de que también somos peregrinos, de paso por esta tierra, y a la espera de unos cielos nuevos y una tierra nueva (Apocalipsis 21:1; 2 Pedro 3:13).

Autor: Escuela Bíblica

La publicación original de este artículo se encuentra en la página web: https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/historia-e-instituicao-da-pascoa/

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