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Judas: convencido, pero no convertido

Jesús

mayo 7, 2025

Cuando la verdad no convierte el corazón, lo endurece.

Denis Versiani

“¡Ay del mundo por los escándalos! porque necesario es que vengan escándalos; mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!” (Mateo 18:7). La historia de Judas Iscariote presenta el triste final de una vida que podría haber sido honrada por Dios. Un hombre con talento y un enorme potencial, pero que amó más la corrupción y su sabiduría que a su Maestro. ¡Qué futuro tan glorioso soñó Dios para este hombre que convirtió su historia en un escándalo!

El nombre de Judas tiene su raíz en el nombre de Judá, hijo de Jacob, y significa ‘alabado’, ‘bendito’. Judas Iscariote se unió al grupo de discípulos cuando las multitudes seguían a Cristo. Lo más probable es que Judas hubiera visto a Jesús predicar en las sinagogas a orillas del mar de Galilea y sus enseñanzas le tocaran el corazón. Esto le hizo desear estar al lado del Maestro. Y Jesús no lo rechazó. Mientras caminaba con Jesús, viendo cómo trataba a todos, escuchando sus palabras de amor y presenciando sus milagros, Judas se convenció de que el ministerio de Jesús era algo superior a todo lo que había visto.

Judas ocupó su lugar en el grupo de los doce amigos más cercanos de Jesús, y llevó a cabo un ministerio evangelizador muy exitoso. Era respetado y admirado entre los discípulos por ser un hombre distinguido. Si esos talentos los hubiera aprovechado para la obra de Cristo, Judas sería probablemente un evangelista del calibre de Pablo.

Sin embargo, Jesús vio la batalla en el corazón de Judas. La batalla entre su orgullo y su servicio. Judas creía que Jesús era el Mesías y se alegraba de participar en su ministerio. Sin embargo, Cristo sabía que el amor de Judas no duraría porque, aunque estaba convencido de las verdades que decía Jesús, su corazón no estaba convertido. Cuando la verdad no convierte el corazón, lo endurece.

Ciego a la debilidad de su carácter, Judas fue puesto en una función que le daría la oportunidad de corregir sus errores. Como tesorero, Judas tuvo la oportunidad de gestionar las actividades del grupo, como la alimentación, los suministros de viaje, etc., y de atender las necesidades de los pobres. Sirviendo a los demás, Judas podía mantener su espíritu desinteresado y su voluntad de servicio. Pero, aun escuchando las palabras de amor y siendo testigo de una vida libre de egoísmo, Judas fue autocomplaciente y permitió que las huellas de su corrupción revelaran su corrupción y su afán de lucro indebido.

Una vez que Jesús predicó un discurso duro, muchos discípulos se escandalizaron y lo abandonaron. Jesús preguntó si los doce querían irse también. Pedro, en representación de los doce, dijo que no irían a ninguna parte, pues Jesús tenía palabras de vida eterna. Judas creía eso, pero tenía otras aspiraciones para el ministerio mesiánico. Judas no se conformaba con ver a Jesús “desperdiciar” las preciosas oportunidades de tomar el trono de su pueblo y liberar a Israel. Judas llegó a pensar que Jesús estaba siendo tonto. Y comenzó a cuestionar la conducta del maestro, y a sembrar dudas en los discípulos. Jesús estaba preocupado por cómo Judas se estaba abriendo cada vez más a la corrupción de su carácter. La advertencia de Jesús a la respuesta de Pedro fue dura pero llena de amor: “¿Acaso no los elegí a ustedes doce? Sin embargo, uno de ustedes es diablo. “Jesús se refería a Judas, el hijo de Simón Iscariote, uno de los doce, quien lo iba a traicionar (Juan 6:70, 71, PDT). En otras palabras, Judas no fue dejado al abandono. Tuvo muchas oportunidades de convertirse de verdad.

Una vez, cuando Jesús estaba comiendo en casa de Simón (Juan 12) —tío de Lázaro, Marta y María—, María, la más joven, entró sin que la notaran, rompió un vaso de alabastro y derramó un perfume sobre la cabeza y los pies de Jesús, valorado en unos 3500 dólares en dinero actual. Es decir, un perfume muy, muy caro.

“Y dijo Judas Iscariote hijo de Simón, que era uno de sus discípulos y el que más tarde lo entregaría: ¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios, y se les dio a los pobres? Pero no dijo esto porque se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón y, como tenía la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (Juan 12:4-6). Al ser un hombre influyente, muchos de los que estaban en la reunión estaban de acuerdo con la razonable queja de Judas. Al fin y al cabo, ¿de qué servía todo ese derroche del perfume? ¡Imagina cuántas personas podrían haber visto aliviados sus sufrimientos gracias al dinero donado! Esto también atraería la simpatía de los escribas y fariseos.

“Entonces Jesús dijo: —No la molestes. Deja que haga esto como preparación para el día de mi entierro. Pues siempre tendrán a los pobres con ustedes, pero no siempre me tendrán a mí” (Juan 12:7-8, PDT). Jesús dijo que, dondequiera que se predicara el Evangelio del Reino, se contaría la historia de la gratitud de María.

Judas se dio cuenta de que Jesús había leído sus pensamientos. Jesús desenmascaró la hipocresía de Judas, pero no la expuso ante el grupo. Sin embargo, alabando la actitud de María, Cristo reprendió abiertamente al discípulo por primera vez. Aunque los discípulos no llevaron el asunto más allá, Judas se sintió expuesto y ofendido. En lugar de admitir su error, decidió vengarse. “Entonces Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles, se presentó ante los principales sacerdotes y les preguntó: ―¿Cuánto me pagan si les entrego a Jesús? ―Treinta piezas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba la ocasión propicia para traicionar a Jesús” (Mateo 26:14-16). Lucas 22:3, al informar sobre este pacto de traición, dice que “Satanás entró en Judas”.

Por supuesto, esta actitud no se tomó de la noche a la mañana. Antes de perpetrar el acto, el pecado ya había sido pensado, considerado, acariciado y planificado. Puede ser que, Judas se impacientara a medida que pasaba el tiempo y aumentaban las tensiones contra Jesús en la escena política y religiosa de Jerusalén. Judas vio la creciente popularidad de Jesús señalada por su entrada triunfal en la ciudad santa, pero Jesús no hizo mención alguna a la toma de su posición como líder político y militar ante el pueblo. En lugar de un discurso revolucionario, Jesús solo hablaba del reino de los cielos y de su sacrificio que se aproximaba.

Al igual que Satanás en el cielo, Judas comenzó a envenenar la mente de los discípulos con dudas sobre el ministerio mesiánico de Jesús. Poco a poco, el amor dio paso al desprecio. Judas no se opuso abiertamente ni se quejó externamente; por eso, los discípulos no desconfiaron de él. Pero la reprimenda de Cristo en aquella hora había sido la gota de agua que derramó el vaso de la indignación del discípulo. Y así cedió al diablo.

“Lo que vas a hacer, hazlo más pronto” (Juan 13:27), le dijo Jesús en la cena, después de arrodillarse, lavarle los pies y darle un bocado del pan que simbolizaba su cuerpo. Judas sabía que Jesús lo sabía. Esa fue la última oportunidad de Judas para arrepentirse de lo que iba a hacer.

Para Judas, si Jesús iba ser crucificado, siendo traicionado o no, no cambiaría el resultado, ya que, si Jesús no debía morir, esto le obligaría a librarse de la cruz. Sea como fuere, Judas sacaría algún provecho de su traición. Creyó que hacía un buen negocio al traicionar al Salvador, e incluso pensó que Cristo le honraría al ser obligado a librarse de la muerte y a ocupar el puesto de mando que estaba renunciando.

En Getsemaní, tras largas horas de angustia y oración, la policía del templo conducida por Judas, llegó al lugar donde se habían reunido varias veces para orar y descansar. “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:48). ¡Qué ironía! Cuando el discípulo rebelde vio con asombro cómo Jesús se dejaba atar y conducir violentamente por los soldados al Sanedrín, su ansiedad empezó a crecer. Con cada movimiento, esperaba que Cristo les sorprendiera mostrándose ante ellos como el Hijo de Dios, reduciendo a la nada todos sus esfuerzos. Pero cuando vio que Jesús no reaccionaba ante la violencia y las acusaciones mentirosas de un juicio ilegal, su expectación dio paso a la desesperación y al remordimiento.

“Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que Jesús había sido condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos. Les dijo: «He pecado al entregar sangre inocente.» Pero ellos le dijeron: ‘¿A nosotros qué nos importa? ¡Allá tú!’. Entonces Judas arrojó en el templo las monedas de plata, y después de eso salió y se ahorcó” (Mateo 27:3-5). ¡Qué escándalo! ¡Qué triste final para alguien con tanto potencial!

El pecado de Judas fue el mismo que el de Pedro. Ambos traicionaron al Maestro. Ambos lo negaron con vehemencia. Querido lector, ¿no crees que Pedro sintió el mismo deseo de morir? Sin embargo, en la confusión de sus pensamientos, aunque se consideraba tan indigno del perdón de Cristo, Pedro experimentó algo mucho más profundo que el remordimiento: experimentó el arrepentimiento. Desgarró su corazón y confesó su pecado. Pedro pasó por un doloroso proceso de conversión. Y cuando se convirtió a Jesús, recibió el perdón tres veces con las sencillas palabras: “Pedro, ¿me amas? Entonces alimenta a mis ovejas”.

Sin embargo, Judas se convirtió en el hijo de perdición (Juan 17:12), no porque estuviera predestinado a cumplir la Escritura, sino por su propia voluntad. Sobre la omnisciencia de Dios: hay que entender que las cosas suceden no porque Dios lo prevea. Dios las prevé porque van a suceder, y esta previsión no interfiere en los hechos. No es predestinación. Aunque Dios gobierna la historia, no es él quien predetermina o predestina las elecciones de los seres humanos. Dios no predestinó a Judas a ser un rebelde. Si así fuera, Dios sería injusto al predestinar a unos para honra y salvación y a otros para vergüenza y condenación. Aunque Dios lo sabía, la decisión de dar paso al diablo en su vida fue solo de Judas, no de Dios. El mismo Espíritu que instó a Pedro insistió a Judas al arrepentimiento.

La misma lucha de Judas y de Pedro es nuestra también hoy. Las mismas tendencias corruptas hacia el mal, el mismo impulso que derribó a Pedro y mató a Judas, está también en nosotros. Hay muchas fuerzas del mal que nos seducen y nos toman como rehenes. Surgen del corazón y de las tentaciones diabólicas de Satanás.

Por eso, escucha atentamente lo que te dice el Espíritu: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). No basta con oír. ¡Hay que abrir la puerta! No basta con recibir la semilla: hay que dejarla germinar, crecer y dar fruto (Mateo 13:20-23). No basta con ser un pámpano: hay que estar unido, injertado en la vid (Juan 15:1-6). Por eso, no seas sabio en tus propios ojos, más puede esperarse de un necio que de él (Proverbios 26:12). Recuerda que cuando la verdad no convierte el corazón, lo endurece (Hebreos 3:12-14). Por eso, “si hoy oyes su voz, no endurezcas tu corazón” (Hebreos 3:15).

¡Que Dios te bendiga!

Autor: Denis Versiani

La publicación original de este artículo se encuentra en la página web:  https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/judas-convencido-mas-nao-convertido/

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