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Tres pasos para librarse de la culpa

Perdón

junio 23, 2025

Dichoso aquel a quien el Señor no le imputa culpa alguna, ni en su espíritu alberga engaño,(Salmos 32:2, BLP).

Denis Versiani

Primer paso

El primer paso para librarse de la culpa es la humildad. Ten el valor de admitir tu error ante Dios y ante los que has ofendido. Salomón dice que “quien esconde su pecado jamás puede prosperar; quien lo confiesa y lo deja, recibe el perdón” (Proverbios 28:13, TLA). Cuando se arrepintió de su pecado con Betsabé, David entonó esta oración: “Reconozco que he sido rebelde, siempre tengo presente mi pecado. Pequé contra ti y sólo contra ti, delante de ti hice lo que es malo; por eso tu sentencia es justa, y tu juicio es irreprochable” (Salmo 51:3-4). Esa es la esencia del verdadero arrepentimiento: no es el remordimiento ni el miedo a las consecuencias, sino la pena por haber ofendido a quien no lo merecía. Hay esperanza para los que rompen su corazón ante Dios, porque “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Segundo paso

El segundo paso es ¡pedir perdón! Créeme, es un paso difícil, pero es un acto de grandeza que repara muchas brechas. Muchas relaciones durante años resquebrajadas se restaurarían en cuestión de minutos si tan sólo se perdonaran (Lucas 17:3, 4). A veces nuestra tendencia es decir, o incluso orar, así: “Perdona mis pecados, “discúlpame por cualquier cosa”. ¡No hagas eso!

Tercer paso

Abre tu corazón y humíllate ante Dios. Dile de qué pecado te arrepientes. Pídele un verdadero arrepentimiento. Solo entonces, puedes recibir el verdadero perdón. “
Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve… Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu” (Salmo 51:7-10, NVI).

Luego pide perdón a los que has ofendido. Esta fue la experiencia liberadora de Jacob y Esaú (Génesis 33), y de José y sus hermanos (Génesis 45). Pero la experiencia que más me llama la atención fue la de Pedro con Jesús. Pasaron muchos días después de la resurrección de Jesús, hasta que Pedro se enfrentó al Maestro. El que había jurado orgullosamente estar al lado de Cristo, y lo había negado vergonzosamente horas después (Lucas 22:54-62), ahora estaba ante Jesús esa mañana junto al lago. No se atrevió a decir nada, sino que se sometió humildemente al juicio de Cristo. Al responder por tercera vez a la pregunta de Jesús: “¿Me amas?”, Pedro desgarró su corazón arrepentido con la sencilla frase: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo” (Juan 21:17). Con esa frase, Pedro confesó su pecado y obtuvo el perdón del Maestro. Por eso, no cargues con la culpa, sino que quebranta tu corazón ante quien has ofendido, sea tu amigo o tu enemigo, y pídele perdón. Sométete a su juicio y al tiempo necesario para curar las heridas.

Quizás ya has perdido la oportunidad de pedir perdón a quien has ofendido. Puede ser que la distancia e incluso la muerte te impidan reparar las brechas con esa persona. Pero no pierdas la esperanza. Busca el perdón de Dios y la oportunidad de encontrar a esa persona en la eternidad. El cielo será un lugar de perdón y amor. Pero, si puedes repararlas, hazlo ahora, porque el cielo comienza aquí.

Aún hoy recuerdo a aquella chica que se me acercó en el supermercado hablando de un sermón que había predicado el sábado anterior. “Pastor, gracias por su mensaje sobre el perdón. Tomé la decisión de llamar a mi cuñada, con la que no hablaba desde hacía tres años. En ese periodo, su hijo sufrió un accidente que lo dejó incapacitado en la cama. Podría haber ayudado, pero no lo hice por orgullo. No sabes la sensación de libertad que tuve cuando le pedí perdón y me perdonó”, dijo entre lágrimas. Eso me marcó profundamente.

“Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:1, NVI). “Dichoso aquel a quien se perdona su falta, aquel a quien de su pecado se absuelve. Dichoso aquel a quien el Señor no le imputa culpa alguna, ni en su espíritu alberga engaño” (Salmo 32:1, 2). Créeme, es liberador volver a levantar la cabeza sabiendo que Dios ha echado tus pecados al fondo del mar (Miqueas 7:19) y te ha lavado con la sangre de Jesús. Qué bien se siente volver a mirar a la cara a quien has ofendido y llamarle “amigo” o “mi amor”. Jesús ya ha hecho todo lo necesario para perdonarte. Así que mira a la cruz, y agárrate al perdón que tan amorosamente te ofrece. Y no lo olvides: Dios es tu Padre, un Padre bueno que no mide su amor por méritos o deméritos, sino que ofrece su justicia al corazón de un hijo sincero.

Autor: Denis Versiani es magíster en Teología

La publicación original de este artículo se encuentra en la página web:  https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/3-passos-para-livrar-se-da-culpa/

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