Un monstruo dentro de nosotros
Esperanza
agosto 6, 2025

Observándose uno mismo y adoptando hábitos simples de calma y tranquilidad, todos podemos dominar un ataque de ira y agresividad.
Julián Melgosa y Michelson Borges
La ira y el odio pueden manifestarse ocasionalmente y, como sentimientos humanos, pueden llegar a ser inevitables. Pero, cuando superan el nivel de lo esporádico, son reacciones que causan estragos en las relaciones familiares, sociales y laborales. La agresión física es inaceptable en cualquier grupo humano y debe prevenirse.
Cómo prevenir la agresividad
Observándose uno mismo y adoptando hábitos simples de calma y tranquilidad, todos podemos dominar un ataque de ira y agresividad. He aquí algunas sugerencias:
Considere la importancia real de la situación: Si se mira con frialdad, casi siempre los motivos de odio son insignificantes. Pregúntese: “¿Es realmente importante el motivo para mi odio?” “¿Qué sucederá si las cosas no salen a mi manera?” “¿Vale la pena perder tanta adrenalina?” “¿Voy a tener que lamentar perder la compostura?”.
Respire profundamente y cálmese: La respiración relaja. Utilícela lenta y profundamente cuando sienta que la ira está por venir. Instrúyase: “¡Cálmate, no pasará nada!” “Contrólate, ya que esto pasará”. Fue Thomas Jefferson quien dijo la famosa frase: “Cuando estás enojado, cuenta hasta diez antes de hablar. Si estás muy enojado, cuenta hasta cien”. Un consejo: Nunca envíe un correo electrónico cuando esté enojado. Si desea, escríbalo, pero guárdelo como borrador, y horas más tarde lea de nuevo el mensaje.
Trate de distraerse: Pensar en lo que le causa ira es echar leña al fuego. Ore a Dios, y pídale ayuda para superar el sentimiento negativo y realizar cualquier actividad que ocupe su mente con otras preocupaciones, hasta que la ira se desvanezca.
Elija la solución adecuada: Evite hablar a otros con frases como estas: “Eres egoísta”. “Su actitud es siempre la misma conmigo”. “¿No te importa lo que pienso?” Pruebe expresarse con frases positivas: “Me gustaría que usted intente hacerlo de otra manera”. “Estoy muy triste por esa actitud”. “Tal vez deberíamos hacer esto u otra cosa; puedo ayudar de alguna manera”.
No considere a su oponente un enemigo: Cuando alguien lo moleste con su comportamiento o sus palabras, no piense que lo está provocando. Piense en otras razones y circunstancias que explicarían ese comportamiento. Si él o ella tiene muy malas intenciones, usted admitirá que es una persona infeliz y que merece compasión por su conducta inconveniente.
Practique el perdón: Perdonar no significa perder la batalla. Un antiguo proverbio dice: “Perdona al ofensor, y saldrás ganador”. El perdón no solo produce calma y paz en usted sino también en la otra persona, quien, por otra parte, con el tiempo terminará respetándolo por su nobleza y generosidad.
Sea agradecido: La Biblia dice: “Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18). Las investigaciones confirman que el simple hecho de mostrarse agradecido por algo hace que alguien sea más feliz. Investigadores de la Universidad de California afirman que practicar la gratitud puede incluso mejorar la salud.
Ore: La Biblia también dice: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mateo 5:44). Los investigadores han demostrado que si una persona ora por quienes se alejaron enojados, eso suaviza la mala sensación y disipa los pensamientos negativos.
Los efectos de la ira
Aunque en el pasado se consideró ventajoso destapar la “olla a presión” cuando se estaba airado, hoy está claro que los riesgos son mayores que cualquier pequeña ventaja que pueda lograrse con esas malas actitudes. En comparación con las personas de hábitos pacíficos, los que están airados enfrentan por lo general los siguientes problemas:
- Ellos tienen cuatro veces más probabilidades de sufrir enfermedades coronarias.
- Corren mayores riesgos de morir jóvenes.
- Experimentan sentimientos de culpa después de sus actitudes explosivas.
- Su familia y las amistades los evitan debido a su temperamento.
- Mantienen una relación matrimonial de mayor confrontación.
- Son más propensos a utilizar sustancias nocivas (tabaco, alcohol, drogas, etc.).
- Son personas con mayor riesgo de comer en exceso y sufrir aumento de peso.
Antes de enojarse, piense dos veces, pues es posible detener ese comportamiento y prevenir un daño mayor.
Profetas irritados
La Biblia tiene algunos ejemplos interesantes de personas que se dejaron vencer por la ira. Por cierto, este es otro detalle especial de las Santas Escrituras: sus autores no “doran la píldora” ni plantean héroes infalibles. Sus defectos están registrados allí. ¿Sabe por qué? Porque Dios quiere que usted sepa que siempre hay esperanza para los que se someten a la voluntad y el poder divinos. Veremos dos profetas: uno, del Antiguo Testamento; otro, del Nuevo Testamento.
Jonás recibió de Dios una tarea tremendamente difícil: amonestar a los habitantes de Nínive. Para darle una idea de lo que eso implicaba, basta decir que dicha ciudad y en esa época, con más de cien mil habitantes, era la capital del terrible Imperio Asirio. Ese pueblo era tan malo que no se contentaban con matar a sus oponentes; los torturaban de manera refinada. Eran enemigos de Israel, y Dios quería que su profeta fuese hasta la capital a llevar un mensaje. ¡Eso era demasiado!
Jonás se escapó de la misión. Tomó un barco hacia el lado opuesto. Y el curso de la historia es más conocida que su resultado. Casi todo el mundo sabe que el profeta fue tragado por un gran pez y, después de tres días, regurgitado en la playa. En el vientre del pez, Jonás oró y se arrepintió. Fue a la ciudad de los asirios, les dijo que serían destruidos si sus residentes no se arrepentían, dio media vuelta y se sentó a ver qué pasaba. Pero, no pasó nada. Mejor dicho, sucedió: el pueblo de Nínive se arrepintió y cambió su actitud. ¡Toda la ciudad! Esto dejó el profeta irritado. Después de todo, ¿no había anunciado destrucción? Irritado con la misericordia de Dios, se quejó al Creador. Dios solamente le preguntó: “¿Te parece bien enojarte tanto?” (Jonás 4:4). Y se quedó en silencio, dejando reflexionar a su hijo.
Algún tiempo después Dios habló de nuevo, revelando un poco más de su carácter de amor: “¿Yo no habría de tener piedad de Nínive, esa gran ciudad con más de ciento veinte mil habitantes que no saben distinguir cuál es su mano derecha y cuál su mano izquierda, y donde hay muchos animales?” (Jonás 4:11). Dios es así: compasivo, perdonador, paciente. Él ama a todos, ¡incluso a los animales! En el libro de Jonás, vemos al Creador trabajando por la salvación de Nínive y su profeta irritado.
En el Nuevo Testamento, cuando se habla de transformación, una de las personas que llaman la atención es Juan, más conocido como “Hijo del trueno”. ¡Ay de quien se cruzara en su camino en un mal día! Una vez, ¡incluso pidió permiso a Jesús para hacer descender fuego del cielo contra algunos enemigos para consumirlos! Pero, el tiempo de convivencia con el Maestro fue moldeando el carácter del discípulo. En pocos años pasó de ser el “Hijo del trueno” a ser conocido como el “Discípulo del amor”. ¿Cuál fue el secreto? Simple: proximidad con Jesús. Quien así vive puede decir con Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
No tenemos que luchar solos. Dios es el mayor interesado en que nosotros disfrutemos de paz interior.
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Autor: Julián Melgosa y Michelson Borges
Fuente: El poder de la esperanza, pp. 71-74.
La publicación original de este artículo se encuentra en la página web: https://biblia.com.br/perguntas-biblicas/um-monstro-dentro-de-nos/
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